
Era un plan perfecto, te iba a hacer feliz, empecé a
anotarlo, pensé que sería un buen regalo, te iba contando cómo me sentía en
cada momento, cada vez que lo pensaba me imaginaba una mala cara por tu parte hasta
que pensé qué cara pondría yo si tú me regalaras algo así. Empecé a no poder
dormir si no era imaginándome tu cara al verme. Pasaron los días, unos más
rápidos, otros más lentos, unos mejor, otros peor y llegó, el gran día, se pasó
más rápido de lo que imaginé. Tenía un plan perfecto, no podía fallar, hasta
que me di cuenta de que no contestaba a los mensajes, sí, sí podía fallar,
empecé a ponerme nerviosa, algo bastante habitual en mí, y en un momento, sin
saber muy bien cómo pasé de estar envuelta en lágrimas en mi cama a estar
metida en un coche, yendo a 150km por hora hacia donde estabas tú,
supuestamente. Aparcamos delante, y te llamé:
+ ¿Dónde estás? – Con un pie en
la ducha. +Escúchame atentamente, estoy a 100 metros de ti, ven por favor,
estaba en la esquina, hicimos el chiste fácil y colgué. No sé si tardaste
demasiado o simplemente se me hizo eterno. Te llamé:
+ Joder tía ¿dónde estás? –
Voy, voy, ten las llaves. Y colgamos. No sabía hacia dónde mirar, vi una figura
pequeñita andando insegura a lo lejos, pensé que eras tú, no, no lo eras… O sí…
(
Imagina por un momento la sensación de conocer a alguien que ya conoces)
Cállate estúpida mente, tengo que saber si es Laura. De repente esa figurita se
fue haciendo más grande hasta que me vi rodeada por sus brazos y mojada por sus
lágrimas. A estas alturas sabrás que no me acuerdo de nada de lo que hablamos,
únicamente buscaba tus abrazos y tu mirada. Era hora de irse. No importa, nos
veremos mañana.
Si tú no estás aquí no sé qué diablos hago amándote. La carta…
Olía a ti… Ese mañana nunca llegó, pero hubo otros mañanas llenos de risas,
ilusiones, de momentos que ambas habíamos soñado. El último día, sentía una
presión en el pecho que sólo había vivido una vez en mi vida, también
relacionada contigo.
Silvia, disfrútala, me dije una y otra vez a lo largo del
día. Tus amigas fueron un gran apoyo, cuando no estabas me abrazaron mientras
lloraba como si fueran amigas mías de siempre. Te fuiste.
¿Cómo puedes cenar a
esta hora? Claro que se puede cenar a esa hora, lo único que quería era que estuvieras
a mi lado. Llegaste con una gran sonrisa, pero yo sabía que habías estado
llorando, nos fuimos dirigiendo a la salida.
Como ese momento que aprietas el
gatillo y ves cómo la bala atraviesa su cabeza en un instante, ese momento que
te cortas el brazo en vertical con el trozo de cristal, plástico o metal más
afilado que encuentras y un gran chorro de sangre mancha el suelo, ese momento
que le cortas la respiración con las manos alrededor del cuello y notas cómo su
cuerpo pasa de estar en tensión a ser un simple muñeco con el que puedes jugar.
No había marcha atrás. Taxi. Lo mejor era pedir uno, que fuera rápido, sin
pensar, sin llorar, sólo actuar. Nunca me han gustado los taxis y el otro día
terminé de confirmar mi teoría, pensé que lo mejor sería hacerlo rápido como tú
dijiste, sé que no ibas a aguantar mucho tiempo más sin llorar y estabas
temblando, sé que no era del frío, yo
también estaba temblando, tenía miedo... Quería estar contigo cuando pasara,
cuando te pusieras a llorar como una niña a la que le han robado su muñeca
favorita, (
así me sentía yo, pequeña y frágil y el destino, la distancia, todo
me estaban quitando a mi muñequita más querida) pero pensé que no iba a ser
bueno para ninguna de las dos, que todos los recuerdos bonitos, nuestras manos
entrelazadas, nuestras miradas de complicidad, los regalos, los mejores regalos
de mi vida, tus abrazos, todos esos momentos se iban a perder en el amargo
llanto y no quería que ninguna de las dos, pero sobretodo tú, se llevara ese
recuerdo. Avanzamos, aunque me costaba andar, me temblaban las piernas, paramos
allí donde cinco días antes nuestros ojos desprendían lágrimas de felicidad, y
ahora lo hacían de tristeza, de desesperación. Pasaron 6 efectivamente, y cada
uno me hacía más daño, era incapaz de pararlo, pensaba en lo rápido que había
pasado todo, no sólo esos días, nuestra amistad, lo que nos hemos llegado a
querer, pensaba que no me perdonaré jamás haberte dejado en la calle,
temblando.
Sé fuerte me decías rompiendo el silencio que sólo estaba manchado por el ruido
de la gente y los coches. Ambas sabemos que en ese momento puedes ser de todo
menos fuerte. Cerré los ojos, te apreté la mano, te pedí perdón, aunque no sé
si me escuchaste, y levanté la mano que me quedaba libre que me temblaba más que nunca, ni siquiera
sabía si se había parado, ni siquiera sabía si había pasado uno, ese que me iba
a alejar de tu lado. Entreabrí un ojo y lo vi ahí, no puede ser... Maldecí mi
suerte varias veces.
Me voy a separar de ella. Te abracé lo más fuerte que mis
nervios y el temblor que tenía me permitieron.
Te quiero.
Te amo. Te amo cariño…
Y cerré la puerta, no paraba de pensar:
una puerta nos separa, nos separa… No
quería aceptar que era el final, pensé que nos íbamos a volver a ver el día
siguiente pero me di cuenta que no, para cuando giré el cuello ya te había dejado
atrás, muy atrás. Mandé al conductor que volviera al punto de partida, donde tú estabas pero
no me escuchó. Necesitaba decirte una vez más
que me vas a tener hasta el
último de mis días. El viaje fue corto pero duro, mucho… Me costaba asimilar lo
que acababa de pasar:
No la volveré a ver, no la volveré a ver, me gritaba a mí
misma. Pagué y salí del taxi, y la oscuridad de la noche se tragó mi llanto y
todo el dolor que mi cuerpo desprendía.